Para nosotros, todo comenzó en Inglaterra, donde tuvimos la oportunidad de probar el ruibarbo en exquisitos postres.

Una vez de vuelta en nuestra ciudad patagónica de Puerto Varas, sólo hablábamos del

ruibarbo;
rui-bar-bo,
rui-bar-bo.

Al sentarnos en la mesa, con nuestra familia de ascendencia mayoritariamente alemana, descubrimos que este vegetal era un amigo conocido.

Las plantas crecían aquí también; habían sido sembradas por nuestros antepasados, cuando decidieron probar suerte en este rincón al sur del mundo, hace más de un siglo.

Sorprendidos, nos dirigimos al entretecho familiar, donde se guardan las escrituras, los planos y las recetas de cocina, almacenadas por décadas. Encontramos cajas y cajas de cuadernos polvorientos con una gran sorpresa: ruibarbo por todos lados.

Decidimos entrar en este mundo de páginas amarillentas y plantas prehistóricas para rescatar el sabor olvidado del ruibarbo, y en poco tiempo ya habíamos sembrado para nuestro consumo personal.

La cosecha fue tan abundante, que, luego de hacer mermeladas, dulces y postres, aún nos quedaba bastante ruibarbo. Entonces nos dimos un tiempo para experimentar, probando ideas excéntricas con distintos grados de éxito, hasta que un impulso natural por celebrar nos llevó a buscar formas de fermentarlo.

Fue ahí cuando se encendió la chispa y nos propusimos dar vida a RUI, el primer “sparkling” de ruibarbo cultivado en la Patagonia.